La palabra tal vez suene un poco compleja, pero el concepto, seguro que no. Básicamente se trata de recordar que todo lo que nos sucede en la vida depende de múltiples factores que interactúan entre sí, mucho más que de causas exclusivas o excluyentes y determinantes.
Es posible que la lactancia materna sea un factor muy influyente es la salud de los niños, pero también es posible que haya chicos alimentados con leches maternizadas que transiten una vida absolutamente saludable. Es probable que los métodos de crianza con apego como el colecho permitan establecer vínculos estrechos entre padres e hijos pero también que bebés que duermen en sus cunas desde el primer día pueden ser emocionalmente fuertes y resilientes. Cada día me convenzo más de que el reduccionismo con el que analizamos o explicamos la mayoría de las cosas en el mundo occidental moderno nos termina radicalizando y estrechando el campo de acción. O potenciando hábitos y comportamientos que se presentan como la fórmula perfecta para determinado objetivo y que finalmente terminan perjudicando más que ayudando. Para empezar, porque si bien los seres humanos tenemos mucho en común, también somos creaciones únicas con diferentes necesidades y reacciones a los acontecimientos que se nos presentan. Pero además, porque nuestras mentes y nuestras vidas son más complejas de lo que a veces nos quieren hacer creer. El bienestar y la calidad de vida se van construyendo día a día en función de las miles de interacciones a las que nos enfrentamos cada jornada y las miles de decisiones que tomamos en consecuencia. Y por eso en la crianza de los hijos, tampoco hay una única forma de hacer las cosas. No creo que debamos apegarnos o defender a ultranza ningún sistema, y menos aún cuando sentimos que no está funcionando. Olvidarse de los prejuicios, ampliar la mirada, conocer diferentes puntos de vista, intercambiar con otros seres humanos y proponernos hacerlo cada día un poco mejor debería ser el único objetivo. ¡Sigamos transitando juntos este camino!